viernes, 25 de octubre de 2013

María Andresa (Andrea) Casamayor, la prosperidad a través de las Matemáticas

La matemática zaragozana María Andresa Casamayor y de la Coma fue la primera mujer de la que se tiene noticia en publicar un libro de tema científico en España. Lo hizo durante la primera mitad del siglo XVIII y, a juzgar por el contenido de su obra y por la forma en que está expuesto, su intención fue la de “democratizar” el saber y dotar de instrumentos útiles a sus conciudadanos para que pudieran prosperar en sus tareas cotidianas.

Sus padres, el mercader Juan José Casamayor, de origen francés, y la zaragozana Juana Rosa de la Coma Alexandre, contrajeron matrimonio el 13 de abril de 1705 en la basílica del Pilar, a tiro de piedra de su domicilio en la calle de la Coma (hoy Damián Forment), posiblemente así llamada porque en ella se encontraba la casa materna. Allí bautizarían también a sus nueve hijos, entre niños y niñas. María Andresa nació en 1720, el 30 de noviembre, festividad de san Andrés, y de ahí su nombre, que mal transcrito por un comentarista posterior se ha conocido hasta recientes fechas por Andrea.

La Zaragoza en la que vivió esta pionera de la ciencia fue una de las más florecientes de su historia. Una vez superados los estragos que había dejado a su paso la Guerra de Sucesión, la ciudad fue recuperando el pulso. La influencia en la Corte del llamado “partido aragonés”, encabezado por el conde de Aranda, repercutió en la capital del reino. Y en ella se fueron abriendo paso, aunque a duras penas, los postulados de la Ilustración.

Dicha corriente cultural, nacida en Francia e Inglaterra, sostenía que había que combatir la ignorancia y la superstición. La razón, la ciencia y la educación eran imprescindibles para impulsar el progreso económico y renovar la sociedad.

Semejante ideario, llamado a alterar el orden establecido, no fue del agrado de todo el mundo, claro está. Pero una minoría, pese a formar parte de la elite acomodada, lo asumió y lo llevó a la práctica. A ese grupo ilustrado parece pertenecer la familia de María Andresa Casamayor, ya que ésta recibió una esmerada instrucción, algo insólito para una mujer en la España de su tiempo.

No es probable que acudiera a la escuela, pues durante su infancia todavía no había en Zaragoza colegios femeninos (y los mixtos eran impensables). El primero lo abriría la Compañía de María, en 1744. Unos años más tarde, las dominicas de Santa Rosa también orientaron su vocación hacia la enseñanza. Pero hasta 1783, por Real Cédula, no se establecieron en el país las escuelas de barrio para niñas. Había mujeres que recibían en su casa a alumnas privadas y tutores para las más pudientes, si bien, en la práctica totalidad de los casos, las chicas sólo recibían nociones de doctrina católica y labores domésticas. Aprender a leer y escribir, por ejemplo, se consideraba secundario.

Una de las contadas excepciones a esa norma fue María Andresa. Fray Pedro Martínez, rector y regente de estudios del colegio San Vicente Ferrer, dejó testimonio del admirable nivel que había adquirido en las ciencias matemáticas. Ambos se reunían con frecuencia para trabajar en difíciles cálculos aritméticos y abrir nuevas vías de investigación. Por eso, el religioso manifestó una enorme sorpresa cuando, en 1738, sin haber cumplido todavía los dieciocho años, su compañera de elucubraciones numerarias llevó a la imprenta un libro, Tyrocinio Artihmetico. Instrucción de las cuatro reglas llanas, en el que se explicaban, de forma muy sencilla, las operaciones más básicas: sumar, restar, multiplicar y dividir.

Existían otras publicaciones que abordaban el mismo tema, pero todas eran más prolijas y farragosas. El Tyrocinio (“aprendizaje”) aportaba ejemplos asequibles extraídos de la vida real en ámbitos como el comercio, la agricultura y la ganadería. Y, a su vez, incluía un completo tratado de los pesos, medidas y monedas vigentes en Aragón, con detalladas tablas de valores y equivalencias.

El texto lo tuvo que firmar con un nombre masculino, Casandro Mamés de la Marca y Araoia, un anagrama del suyo propio. Es decir, trastocó el orden de las letras de su verdadero nombre para componer su seudónimo. Ese supuesto autor dedicaba la obra al colegio de Santo Tomás, de las Escuelas Pías zaragozanas, de las que se decía discípulo. Y el censor que suscribe el permiso de edición era Juan Francisco de Jesús, catedrático de Matemáticas de dicho centro. Ahí puede estar otra de las claves de la edición de un libro en el que priman varios principios básicos: ser accesible, didáctico, útil y ofrecer herramientas para mejorar la productividad y la consideración social.

Los escolapios se instalaron en Zaragoza en 1731. Y no sería de extrañar que alguno de sus miembros hubiese sido instructor de María Andrea. A su llegada traerían la primitiva filosofía de la orden, fundada en 1597, en Roma, por el oscense José de Calasanz. Su idea de atender la educación de los más necesitados de forma gratuita supuso toda una revolución en su tiempo. Tanto los citados jesuitas, que temían perder su monopolio docente, como, sobre todo, los estamentos privilegiados, la vieron como una amenaza e intentaron eliminarla.

Si los pobres tenían acceso a las escuelas, aprendían a leer y a escribir, algo que se consideraba antinatural, y se convertían en unos “señoritos” ¿quién querría trabajar la tierra de sol a sol?, ¿quién se encargaría de cuidar los animales?, ¿quién acarrearía sacos y fardos?, ¿quién limpiaría todo lo que se ensuciaba? Y si, además, sabían de cuentas ¿a qué peligrosas conclusiones podían llegar?

Calasanz también abogó porque la formación fuese provechosa y permitiera a los alumnos ganarse el pan en el futuro. Por ello hizo especial hincapié en las Matemáticas y sus aplicaciones prácticas. Varios de los primeros escolapios fueron notables matemáticos y físicos. El propio fundador se interesó por la disciplina y hasta tuvo el coraje de apoyar a Galileo antes, durante y después del juicio al que fue sometido, en el que la Iglesia le dio a elegir entre renegar de la absurda y herética teoría de que la Tierra giraba alrededor del sol o morir quemado vivo en la hoguera.

Como no podía ser de otra manera, dado su “subversivo historial” y sus “amistades peligrosas”, Calasanz se vio obligado a comparecer ante el Santo Oficio en 1642 y terminó suspendido. Seis años después, Inocencio X redujo sus pretensiones y convirtió su creación, muy controlada, en una orden secular sin votos. Hasta 1699, tras incontables presiones en todos los sentidos y ya muerto el santo oscense, las Escuelas Pías no recobrarían su pujanza, al ser restituidas como orden de votos solemnes.

Tanto el ideario de los primeros escolapios como los principios ilustrados se hallan en la base del Tyrocinio de Andresa Casamayor, quien rebajó sus amplios conocimientos matemáticos en favor de la pedagogía y el bien común, algo que no es tan sencillo ni está al alcance de cualquiera, por mucho que se domine determinada materia. Todo en él se explica con claridad, paso a paso, para facilitar su comprensión.

Al poco tiempo de editar su libro, falleció el padre de la joven matemática y la familia zozobró en un mar de deudas. Pese a ello, María Andresa nunca contrajo matrimonio ni buscó cobijo en la Iglesia, casi las únicas salidas viables para una mujer de su tiempo en sus circunstancias. Se vio obligada a trabajar fuera de casa para subsistir, una excepción a la norma. Fue maestra de niñas en colegios públicos, labor por la que además de un modesto sueldo disfrutó de un humilde alojamiento en las inmediaciones de la plaza de San Agustín.

Una obra suya de más calado pero de menos repercusión social, como el título ya indica, sería El para sí solo de Casandro Mamés de la Marca y Araioa. Noticias especulativas y prácticas de los números, uso de las tablas de raíces y reglas generales para responder algunas demandas que con dichas tablas se resuelven sin álgebra, su segunda composición, hoy perdida. Sus 109 folios manuscritos quedaron en posesión de sus hermanos cuando María Andrea murió sin hijos en octubre de 1780, ya anciana. Éstos la dieron a conocer a eruditos y curiosos, pero nunca costearon su impresión, pues no resultaba rentable.

Por desgracia, aparte de lo que sus escritos dejan entrever y de vagas referencias de otros autores, pocos datos más hay de esta zaragozana excepcional, enterrada en el Pilar, que vio pasar su vida a orillas del Ebro y a la que doctos contemporáneos dedicaron escasas pero meritorias líneas. Disfrutó del saber y de su difusión en una época en que ambas actividades estaban vedadas al sexo femenino por los usos y costumbres. Y aun cuando se desconozcan la mayor parte de su trayectoria vital y de sus logros, no aparezca en ningún manual y nadie haya oído nunca mencionar su nombre, se trata de la primera mujer de ciencia española de la que se conserva obra escrita. Eso sí, oculta bajo un seudónimo masculino.

Para saber más:
-Bernués, Julio y Miana, Pedro J.: “Soñando con números, María Andresa Casamayor (1720-1780)”, en Suma. Revista sobre Enseñanza y Aprendizaje de las Matemáticas, n.º 91, 2019.
-Casado Ruiz, María José: Las damas del laboratorio. Mujeres científicas en la historia, Barcelona, Debate, 2006.
-Urgel Masip, Asunción: José de Calasanz, Zaragoza, CAI, 2000.

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PD: Esta entrada participa en la Edición 4.1231056 del Carnaval de Matemáticas, cuyo anfitrión es el blog Scientia

2 comentarios:

  1. ¿Seria posible encontrar "PARA SI SOLO" en word o pdf? GRACIAS.

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    1. Del "Para si solo" sólo hay referencias indirectas. Por el momento, se considera una obra perdida.

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